lunes, 23 de mayo de 2016

Nuestra primera visita al cine



Antes de contarles qué estrategias usé para hacer de la visita al cine una experiencia agradable para mi hijo, les comentaré por qué esperé tanto tiempo para llevarlo. 
Debo confesar que soy de las personas que creen que cada experiencia nueva para un niño debe hacerse para beneficio de él y no de los padres. Es decir, muchos padres planificamos actividades pensando cómo nos vamos a sentir nosotros al vivir algo con nuestros hijos, cómo lo recordaremos e incluso lo idealizamos. Sin embargo, no nos ponemos a pensar si es que nuestro hijo está listo para ella, si realmente la disfrutará, si le dejará un grato recuerdo.
También creo en el respeto a los asistentes. No me parece justo incomodar a los demás pues ellos van a disfrutar de una película y escuchar sufrir a un niño no es nada lindo. Lo comento pues me ha pasado haber ido a una función (inclusive no destinada para niños) y escuchar vocecitas preguntando: ¿Ya nos vamos?, ¿Ya terminó?, ¡Estoy aburrido!  
Y ojo, no es que me moleste un niño incómodo en el cine sino que me indigna que sus padres prioricen su propio placer antes que la tranquilidad de su hijo.
En fin, ahora sí paso a darles los tips que me sirvieron para salir airosos en esta aventura, junto a un niño de tres años.

1. Elegir una película adecuada para su edad
Es básico ponerse en el lugar de nuestros hijos. No todas las películas de dibujos animados o dirigida a niños es interesante. Uno mejor que nadie conoce los gustos de sus hijos y aunque los trailers nos pueden dar una idea de cómo será la película debemos preguntarnos a conciencia si le gustará a nuestros pequeños.     

2. Mostrarle imágenes previas
 Como ya había planificado esta salida al cine pues busqué imágenes de la película que íbamos a ver, en este caso "Angry Birds". Le mostré el jueguito para que vaya familiarizándose con los personajes y así no se sintiera perdido al ver personajes que no conocía.  Le dije, mostrando mucho entusiasmo, que íbamos a ver una historia nueva de ellos, que quería saber qué pasaba para así poder contárselo a su primo, a sus abuelos. Esto le gustó mucho porque mi hijo es un loro a quien le encanta contarle todo a sus abuelos.   

3. Hacer un simulacro
Quizá se lea cómico pero hice mi simulacro de cine en casa. Llegada la noche y antes de ir a la cama, aprovechando que ya había oscurecido, encendí el televisor y apagué todas las luces. Con este ambiente, le explique a  Ezio que así estaríamos en la sala de cine.  Le conté que iban a apagar las luces pero que vería un televisor muy grande y que allí iban a salir unos dibujitos.
 
 4. Elegir un horario sin mucha afluencia de público
Esto me pareció importante pues no sabía cómo iba a reaccionar mi hijo frente a esta nueva experiencia. No deseaba que se sintiera mal en el caso que llorara o quizá gritara. Nunca lo ha hecho en otras situaciones pero tenía que pensar en todas las posibilidades. Era básico que él se sintiera bien consigo mismo y libre de expresar sus emociones.

5. Llevé su dudú o mantita de apego    
Como muchas de ustedes saben, un dudú o mantita de apego es un objeto material en el cual el bebé deposita cierto afecto. Ezio tiene esta jirafita desde que nació y sabe que mamá la eligió con mucho amor para él, así que decidí llevarla para que sintiera que tenía parte de su casa, de su espacio y su entorno diario, acompañándolo.
Para este fin, pueden elegir la muñeca o juguete favorito de su hijo, así se sentirá cómodo. Yo hice que la sentara a su lado como una amiga que estaba viendo la película. Incluso, eventualmente le pedía que se fijara si la jirafa estaba atenta a la película o que le preguntara si quería algún caramelito.

6. Comprar una golosina o snack novedoso  
Ezio no acostumbra comer muchas golosinas, de hecho se aburre rápido de ellas. Igual elegí llevarle mini lentejitas pero esta vez dentro de un frasco en forma de osito que nunca antes él había visto. Aunque no se las comió durante la función, sí me sirvieron como tema de distarcción en las dos ocasiones que medio se aburrió (Esto pasó casi al final de la película).

7. Darle seguridad sin sobreproteger
Si bien pagué dos entradas, es decir, tenía dos asientos a nuestra disposición, al iniciar la función lo tuve sentado sobre mis piernas mientras sutilmente lo abrazaba. Esto lo hice pensando en el sonido pues el volumen es mucho más alto a lo que un niño está acostumbrado y no quise que se asustara. Luego, lo pasé a su asiento sin dejar eventualmente de tocarle una manito o acariciarle la cabecita para que recordarle que mamá estaba al pendiente de él.

8. Estar atenta a sus necesidades
Este punto me parece muy importante. Como escribí antes, jamás debemos priorizar nuestro placer frente al de nuestros hijos. Si un niño no quiere estar en un lugar, no debemos obligarlo. Yo fui mentalizada, si él se aburría pues tendría que abandonar la sala. Jamás el costo de una entrada o mis deseos de ver la película iban a estar por encima de su tranquilidad.
Debo acotar que casi al final de la película hubieron dos ocasiones que lo vi medio aburrido y me pidió regresar a la casa. Entonces, le dije que si salíamos no iba a conocer el final de la historia. Así que se animó a seguir viéndola.

Esos son los tips que me sirvieron para nuestra primera visita al cine. Espero que le sirvan a ustedes y que evalúen si sus hijos están listos para disfrutar una película. Seguramente algunos lo harán siendo más pequeños, otros más grandes, lo importante es que vayan cuando ellos estén listos y no siendo forzados.

jueves, 19 de mayo de 2016

Bienvenida a mi vida





Mientras enciendo mi laptop, observo la hora en el celular y caigo en cuenta que tres años atrás estaba terminando de instalarme en la cama que me habían asignado en el hospital.
Como ya les conté en un post anterior, yo me enteré que mi hijo venía en camino cuando ya tenía un poquito más de seis meses de embarazo. A pesar de ser una mujer ya madura, me encontraba bastante asustada y desorientada sobre cómo debía actuar, a dónde ir, con quién atenderme, entre otros detalles, así que recuerdo haber consultado a una enfermera de la clínica donde me encontraba y ella me sugirió que vaya a la Maternidad de Lima o al Hospital San Bartolomé para que me orientaran.
Por designio de Dios, decidí ir al Hospital San Bartolomé. Cuando llegué, me encontré gran cantidad de pacientes, movimiento por acá y por allá. Me acerqué a una enfermera y le conté mi caso. Ella de inmediato me hizo pasar a un cuarto de triaje donde me abrieron historia en menos de cinco minutos,  me llevaron a consulta y pasé a control de embarazo de alto riesgo. Fue allí a donde conocí a uno de mis ángeles, el Dr. Esteves.
Luego de revisarme y sobre todo tranquilizarme, conversé largo y tendido con el doctor y debo decir que la empatía fue mutua desde ese momento. A partir de esa visita sentí al doctor como un amigo, una persona que realmente se preocupaba por mí, que entendía mis temores y que estaba allí para darme calma y seguridad. 
Así pasaron las pocas semanas antes de que llegara a término y mi cesárea fuera programada. El doctor me informó que los doctores que normalmente atienden en consultorio muy pocas veces son quienes te operan. Sin embargo; él había decidido practicarme la cesárea así no estuviera asignado para realizar mi operación. Con esta noticia me sentí más que segura, me sentí querida, me sentí protegida.
Pasaron los días y llegó el domingo 19. Tenía que internarme un día antes pues mi cesárea estaba programada para el mediodía del 20. Eran las 9 PM y ya estaba en mi cama acomodando mis objetos personales, tratando de ponerme cómoda y familiarizándome con todas las compañeras de cuarto.
Estando ya instalada, llega la obstetriz de turno y procede a hacerme la revisión inicial. Grande es mi sorpresa cuando me dice que estaba con contracciones. Y yo decía: ¿Contracciones, pero si no siento nada? Entonces decide llevarme a hacerme el monitoreo fetal. Allí ratifica que estaba con contracciones y muy seguidas, mientras yo no sentía nada de nada.
Proceden a llevarme a otro lugar donde te preparan para entrar a quirófano pues habían decidido operarme en ese momento. Allí conocí al médico de guardia, a quien le expliqué que mi doctor me iba a operar, que lo llamaran porque hasta me había dado su número de celular para cualquier emergencia. Gracias a Dios, me hizo caso y lo llamó. Mi doctor les dijo que ni me tocaran, que él llegaba a operarme. Así que este médico me dejó descansar en esa cama para evitar que me estuvieran paseando por el hospital y debo decir que pasé un rato muy ameno pues me relajó contándome todas las historias que vivía allí.
Cuando llegó mi doctor, organizó al personal para el quirófano en un minuto. Ingresé temblando como una gelatina, creo que nunca antes había sentido que no tenía ningún control sobre mi cuerpo, temblaba como si estuviera en el mismo Polo Norte. Y es que estaba físicamente sola, no había tenido tiempo de avisar a mi familia que mi operación se había adelantado. Fue allí cuando me encomendé al Divino Niño Jesús y recobré el valor. Tenía que estar quieta para que me coloquen la epidural y mi doctor me tomó de la mano mientras el anestesista hacia su trabajo.
Acá viene la parte cómica para mí, si se puede llamar así. No sabía que a una la ataban de brazos como si estuviera crucificada. Fue realmente una posición bastante loca para mí. Luego me explicaron que esto es para evitar cualquier movimiento inesperado. Tampoco sabía cómo iba a sentir la incisión en mi piel ya que nunca antes me habían operado.
Pueden creer que ingenuamente sentí algo raro y pensaba que me estaban afeitando el vello púbico, así como se ve en las películas. Mientras divagaba y me comía mi roche, escucho de pronto un llanto. ¡Sí, un llanto! Mi hijo había nacido y yo no podía creerlo. ¿Cómo había pasado todo tan rápido? , ¿En qué momento lo sacaron de mi vientre?
Trato de enfocar mi vista porque eso de ser miope y entrar a quirófano sin lentes es una tortura. A pocos metros veo un pedacito de ser que estiraba un brazito y allí el tiempo se hizo eterno. Quería verlo, quería saber si estaba bien, contarle los dedos, tantas cosas. De pronto, veo movimiento. ¡Por fin me lo traen! No pude llorar, no pude ni respirar, me quedé congelada en el tiempo mientras le besaba la frente. Tuve que quedarme con ese primer beso pues se lo llevaron mientras culminaban mi operación. Ahora sí siento el vacío, siento que me falta una parte, empiezo a llorar incontrolablemente agradeciendo a Dios porque mi hijo estaba bien. Sólo paro de llorar porque mi doctor comienza a hacerme bromas y me arranca una sonrisa. El doctor termina de operarme y se despide de mí con una caricia en el cabello. Yo le doy un abrazo desde el alma, eternamente agradecida por su vocación, dedicación, por su calidad de ser humano.
Paso a sala de recuperación pensando: Por favor, por favor, que esto pase rápido, quiero ver a mi bebé. Pasa una hora y por fin, me llevan a mi cama y allí continúa la espera. Esta vez ya no estoy sola, estoy con mi mamá que había llegado pensando que recién me iban a operar y se había dado con la sorpresa de que ya era abuela.
Es mi mamá, que como toda mamá leona, comienza a moverse, a indagar, a preguntar en qué momento traerán a su nieto. De pronto, se abre la puerta e ingresa una enfermera con un pequeño bultito. Se lo coloca en brazos a mi mamá y yo no puedo creer lo que veo. Mi mamá sosteniendo a mi hijo, algo que ni en mis más hermosos sueños hubiera imaginado. Es ella quien me lo entrega y yo aún siento que no es mío, que no merezco lo que estoy viviendo. Lo contemplo y no creo que existe, lo huelo y voy aterrizando, lo acaricio y confirmo que está aquí, lo abrazo y siento que me dice: Bienvenida a mi vida.
Hoy, a casi tres años de haberlo tenido por primera vez en brazos, todavía siento que estoy en medio de un sueño. Aún no sé qué hice para merecer bendición tan grande, lo que sí sé es que mi vida entera está consagrada a hacerlo feliz.
Sé que algún día leerás esto y deseo que sepas que yo también cumplo tres años como tú, porque antes de tu existencia no estaba viva.
¡Feliz cumpleaños, gatito!